10 de enero de 2025
Viernes 10 de enero.
El paje de los
Reyes Magos
Los
Reyes Magos no estaban solos. Para cargar y descargar los camellos, cada uno
iba acompañado por un paje. Todas las tardes los pajes descargaban los fardos
del lomo de los camellos, les daban de beber y luego cumplían los últimos
deberes de la jornada.
Una
noche, poco antes de acostarse, Rubén, el paje del rey Baltasar, salió a
admirar las estrellas. Esperaba reconocer en lo alto del firmamento al astro
que los Magos seguían. Pero Rubén no apreciaba nada.
- ¡Mentiroso! -gritó el paje Ismael-. Te he
visto recoger la moneda. No es tuya, ¡devuélvela!
-
¡Eres un mentiroso! -respondió Rubén-.
Si dices una palabra, me las pagarás.
Y
los dos pajes se fueron a dormir enfadados.
Pero
el sueño de Rubén fue agitado: en un primer momento, se veía con su vestido más
bonito regalando la moneda al Rey Niño y se sentía feliz y honrado. Más tarde,
mientras estaba en compañía de las personas más importantes del Reino, sus
compañeros lo denunciaban y el Rey mandaba expulsarlo del palacio.
Este
fue el sueño de Rubén varios días. Un día, Rubén tenía la cara tensa y los ojos
cansados.
- ¿Por qué tienes esa cara de
preocupación? ¿Has perdido algo importante?
-le preguntó el rey Baltasar.
-
No me pasa nada -respondió Rubén.
- Tú has perdido la cosa más
importante: la alegría de vivir y el buen humor -le dijo el rey Baltasar.
Durante todo el día, Rubén evitó las miradas de los otros pajes. Efectivamente
no era feliz. Nadie podía ayudarle. Por la noche, mientras todos deshacían los
bultos, Rubén, llorando, dejó la moneda junto con las otras, en el tesoro del
rey Baltasar.
Cuando
finalmente llegaron ante el Rey Niño, los tres Magos se arrodillaron y le
ofrecieron sus regalos.
Después fueron invitados los pajes. El primero dio al Niño un beso; el segundo,
un ramito de flores. Cuando llegó su turno, Rubén tenía los ojos llenos de
lágrimas y, mientras alargaba los brazos para dar a entender que no tenía nada
que regalar, una lágrima cayó sobre su mano vacía. En ese momento el Niño se
despertó y posó su mano en las manos de Rubén. Cuando el Niño le sonrió, Rubén
abrió su mano: la lágrima se había transformado en una perla que llenó de luz
el lugar en el que se encontraban
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